“Ma-ña-na cam-pees-tre…” te paraste ahí, en medio de la explanada por la que la
sala se derramaba hacia el jardín, “peer-fuma-da
de azaha-ar” con un aire mezcla de Joan Baez diminuta, una versión mejorada
de Celeste Carballo niña, pantalones de corderoy y bolsito kolla colgando en
bandolera. Y tus trenzas, claro… “un
go-rrión se es-capa de mi voz…..” no era el gorrión de tu voz lo que me
sorprendió, me fascinó sentir la fuerza de tu espíritu venciendo el vacío del
silencio expectante.
No olvidaré jamás ese invierno, tal vez porque fue un
oasis en medio de nuestra vida de trashumantes, mejor dicho, en medio de
nuestra trashumancia a través de la vida. Un descanso en “La Casona”, esa casa
que pertenece –aún todavía- a la familia desde que el Capitán Manuel
Pérez Padilla
desembarcara en medio del verde lujurioso del pedemonte tucumano desde Cabrejas del Pinar hace seis generaciones. Esta es
la casa y que cobijó a tu recontra tatarabuela Josefa Gabriela García Pérez,
descendiente de los García de Valdez y de los Pérez de Padilla, mientras
sobrevivía 20 años a la muerte presunta de su esposo, el Coronel José Ignacio
Murga Brito, héroe de la independencia. “La Casona”, símbolo de la mixtura de
la sangre española con la criolla, se
levantó desde el principio solitaria y altiva como correspondía a su alcurnia,
detrás de altas rejas ahora oxidadas y dominando condescendiente la llanura
hacia el este.
...........
“si la lu-na se ha
ido a pa-se-aar…”,
en ese instante la luna tucumana paseaba a través de los años, dueña de
secretos y cómplice de historias, hasta quedarse parada contemplándote,
muñequita.
Supe entonces, sin dudas, que no importa a qué te
dedicaras, te abrirías camino y llegarías justo a la meta, muñequita de trenzas
oscuras y ojos dulces. Aunque un canario desfallezca de pena en el rincón de la
jaula, desahuciado por no tener tu atención y un conejo suave te recordara el
momento de una pérdida dolorosa.
“Y el vien-to nos
cuen-ta la his-to-ria de un luga-aar…”
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