lunes, 23 de marzo de 2015

Memoria







Ella no cree en eso
de ir a las tumbas para recordar:
solo cierra los ojos y lo tiene ahí,
a su lado y con su risa.
No necesita que le digan cuándo:
ella lo sabe desde ese momento justo.
Pero no olvida los golpes en la puerta
los empujones y los gritos.
La angustia de los pasos apresurados
y el chirriar de los frenos,
las noticias con sangre y sin nombre,
los nombres con muerte y sin razón.



Alguna noche la alcanzan
la cama vacía,
el peregrinaje por lugares oscuros…
la humillación, la soledad,
su espera desgarrada,
la orfandad de sus hijos.
Ella cree que sin perdón
no es posible seguir sin sangrar.


Pero hay una espada de duda
-no todo es blanco y negro- ojalá fuera tan fácil.
Entre los grises, una pregunta que nadie responde,
una historia que es preciso jamás repetir.   
                      


Ella no cree en ensañarse en recordar
el dolor, la locura, la sangre, ese caballo amarillo
que galopaba desbocado dejando el pánico por doquier,
pisoteando los sueños, destruyendo la vida.
Ante sus ojos están las marcas
de lo que hicieron y lo que se hizo,
de lo que aun se murmura
y justo por eso exacerba su memoria.





Hay un parque lleno de árboles
(cada uno tiene guardado un nombre)
ella pasea entre la hojarasca silenciosa
y un pequeño poni blanco con crines larguísimas
(casi un unicornio mutilado)
se materializa en la bruma otoñal,
se acerca y le susurra un secreto
ella lo acaricia largamente
y sonríe por dentro.

Pasan los años. Ella envejece de a poco.
No tiene entre sus manos un álbum de fotos sepia,
ni un pañuelo húmedo de lágrimas solitarias;
tiene la vida que va pasando
la suya, la ajena…
la de todos los días,
la que ha ido amasando
a puro esfuerzo y sazón de lágrimas.
La que endulzan las risas de los nietos
y tejen sus manos con ganas de amar.
Y a veces, sentada junto a la laguna
al final del verano, cuando no llueve,
y el sol cae a través de los árboles,
el viejo poni descolorido se echa a su lado
y juntos miran el pasado
sin olvidar ni una risa.