En mil ochocientos noventa, ya radicada en Buenos
Aires y dedicada a recopilar sus escritos, mi pariente lejana, Juana Manuela
Gorriti, publicó un libro llamado Cocina Ecléctica. En el prólogo, comenta la
razón que la llevó a tal
empresa. Se lamenta no haber visto tempranamente y con claridad ese rol de
sacerdotisa doméstica de la mujer, habiéndose distraído con lecturas y
pensamientos tan alejados de esa vida. Arrepentida se confesó a sus amigas,
quienes le pusieron como condición para perdonarla de tamaño desvío, hacer
públicos sus pensamientos justamente en un libro. Así nace Cocina Ecléctica,
una recopilación de las recetas que sus amigas le proporcionaron. La gallina a la tucumanita de mi
bisabuela Isabel Torrens de Madariaga, una receta que tal vez jamás intentaré,
está entre esas páginas, que no es un simple recetario, sino una propuesta
inteligente que aún hoy sería bien recibida por los editores.
Es
posible que la presión social o simplemente una nueva perspectiva, producto de
la madurez, hubiera hecho que una mujer tan aguerrida enarbolara el emblema del
fogón y las cacerolas, en un casi gesto de arrepentimiento. Sin embargo quien
piense que en esa época la mujer era sólo una sacerdotisa doméstica es posible
que ignore ciertas frecuentes historias de esas mujeres.
Porque ésa no fue la única producción literaria de Juana Manuela, que encontraba el momento para escribir entre reclamar el cadáver de su marido asesinado en Bolivia y sostener una escuela y un salón literario en Lima. No en vano hay quienes la consideran una de las precursoras de la novela argentina. Su producción incluye numerosos cuentos, novelas y hasta fundó una revista literaria, “La alborada del Plata”.
Porque ésa no fue la única producción literaria de Juana Manuela, que encontraba el momento para escribir entre reclamar el cadáver de su marido asesinado en Bolivia y sostener una escuela y un salón literario en Lima. No en vano hay quienes la consideran una de las precursoras de la novela argentina. Su producción incluye numerosos cuentos, novelas y hasta fundó una revista literaria, “La alborada del Plata”.
Para
ejemplos más próximos a lo doméstico, algunos detalles de la vida de mi
tatarabuela Josefa Gabriela García Pérez, a quien todos conocieron como Matilde
García, esposa en segundas nupcias del Coronel José Ignacio Murga, del que fue
viuda dos veces, que mantuvo la casa familiar y a sus hijos, mientras su marido
alternaba su vida de tropero con los riesgos de la guerra.
Una mujer en situaciones como ésa no sólo debía presidir la vida doméstica, sino asegurarse de que esa vida fuera posible. Su marido fue dado por muerto en una batalla en setiembre de mil ochocientos cuarenta y uno. Durante un año, llevó adelante el negocio familiar: en tiempos de paz vivían de los ingresos que al Coronel le daba su oficio de tropero. Pero después de más de seis meses de ausencia, había que malvender el ganado para poder comprar azúcar, sal y yerba. Para el resto, debían hacer producir a la tierra maíz, cebollas y zapallos: una parte de las seis hectáreas de la propiedad familiar era dificultosamente trabajada por las mujeres de la casa y proveían alimentos para todos.
Una mujer en situaciones como ésa no sólo debía presidir la vida doméstica, sino asegurarse de que esa vida fuera posible. Su marido fue dado por muerto en una batalla en setiembre de mil ochocientos cuarenta y uno. Durante un año, llevó adelante el negocio familiar: en tiempos de paz vivían de los ingresos que al Coronel le daba su oficio de tropero. Pero después de más de seis meses de ausencia, había que malvender el ganado para poder comprar azúcar, sal y yerba. Para el resto, debían hacer producir a la tierra maíz, cebollas y zapallos: una parte de las seis hectáreas de la propiedad familiar era dificultosamente trabajada por las mujeres de la casa y proveían alimentos para todos.
El Coronel apareció al cabo de un
año, enfermo y discapacitado, agregando a las obligaciones de Matilde García,
el cuidado y la atención médica necesaria. Un año después de la segunda muerte
–esta vez, la verdadera- la firma de mi tatarabuela, con rúbrica,
sofisticada y firme, está estampada en un documento por el cual se obliga a
pagar a su propio hijo, la suma de 642 pesos en el término de ocho meses, con
el correspondiente interés del uno por ciento mensual, obligando a tal fin, sus
bienes habidos y por haber. Corría marzo de mil ochocientos sesenta y uno.
En
una época de desorden y trastornos, de guerras internas y gran inestabilidad,
la mujer actuó de ancla, de brújula, de timón de la vida social. Cuando fue
necesario desafió las convenciones sociales, y siguió a su amado aunque eso
significara el repudio de la sociedad, y aunque fuera absolutamente consciente
de eso, fue capaz de regresar, desafiante a su Salta natal después de haber
recorrido tres países al lado de sendos hombres. Esa es la historia de Damasita
Boedo, amante del General Lavalle, primero pretendiente a asesina, y luego,
compañera incondicional. Las Penélopes de la independencia americana recién
estrenada no se quedaban sentadas en el zaguán mirando
a la distancia mientras tejían sin más propósito que permanecer.
Eran,
a la par de los hombres, no sólo enfermeras, cocineras, ayudantes, también
soldados: doña Pepa la
Federala , era alférez graduada de Caballería. No sólo sirvió
junto a su difunto marido, el Sargento Mayor Don
Raymundo Rosa, sino que se presentó a solicitar el
ajuste de sus sueldos, haciendo una breve reseña de sus servicios y acciones de
guerra en las que se halló. El texto de esa solicitud, cargado de orgullo por los servicios
prestados, y de firmeza en la demanda de sus derechos descubre el pedernal que
las mantenía de pie y el fuego que las impulsaba.
Y es
que no puede ser de otra manera, qué sangre es la que portaban estas mujeres,
sangre de conquistadores, aventureros, tolderías… Como las historias de las
mujeres de Hernán Mexía de Mirábal, fijodalgo con muchas habilidades de
guerrero y conquistador y pocas pertenencias, que vino desde Sevilla para
“hacerse la América” a sus pocos quince años, atravesando las Indias por agua y
tierra desde Panamá a lo que después se llamaría la Gobernación del Tucumán.
Una activa vida de conquistas, fundaciones y colonizaciones del norte
argentino: Santiago del Estero, Tucumán, por citar las más importantes lo
tuvieron entre sus ciudadanos primigenios. A la sombra de esa agitada vida dos
mujeres no menos fuertes. Una, indígena entregada en concubinato, María del
Mancho o María de Mejía fue su compañera por 15 años, supo ganarse el respeto
del Capitán Mexía de Mirábal, quien reconoció a sus hijos y les dio educación, ellos
fueron los primeros criollos reconocidos de Argentina. La otra, española
recuperada tras años de cautiverio con los araucanos, fue su esposa, quien
también le dio hijos, continuando una estirpe que llega hasta ésta mi sangre
pasando, siete generaciones más tarde, por Josefa Gabriela (Matilde) García
Pérez.
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