miércoles, 4 de marzo de 2015

El mail




Tus mails siempre son un reporte cuidadoso y preciso, sin remilgos ni adornos. Por eso me encantan. No dudo ni un instante cuando veo tu nombre en la bandeja de entrada.
Agradezco esa virtud tuya,  sobre todas las que tienes. Cuando deben manejarse los negocios a la distancia como en este caso, eso es extremadamente valioso. Por eso, al leerlo esta mañana, me sentí desconcertada.
Porque, la verdad, no creo que tengas poderes adivinatorios y, sin embargo, sabías perfectamente de mi enfermedad, aunque no hablé con nadie en estos últimos días, ni mandé a comprar remedios ni llamé a un médico. Sabes que soy de las que se autodiagnostican y automedican. Y esto no era nada más que una transgresión alimentaria: exceso de comida criolla regada con cerveza. Y con asegurar que no me deshidrate, estará todo bien. Autosuficiente en todo, lo reconozco. Ése es un defecto que compartimos.
Pero además sabías de mi cita con Susana. Y yo sé que no existe posibilidad alguna de que se contacten, por más que vivan en la misma ciudad. La historia de tus diferencias con ella (y viceversa) es archiconocida por todos. Pero pensé que Susana, contra todas mis suposiciones, había encontrado alguna manera singular de que te enteraras de que se encontraría conmigo. Con las últimas novedades, la verdad, que todo era posible.
Leí tres veces las líneas que describían los consabidos problemas en la reunión de directorio, refunfuñando porque realmente tengo la repetida sensación de que vamos rodeando los mismos problemas una y otra vez. Pero ya dice la sabiduría popular: «al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen», y ya sabemos con qué bueyes aramos, así que más que rezongar, no hay otra cosa que hacer.
Ahora, lo que más inescrutable me resultó fue que mencionaras a Alberto Hinojosa y en un tono como si yo supiera perfectamente de qué estabas hablando. Hay que tener en cuenta que Alberto Hinojosa es un bicho de armas llevar, y no es cuestión de que se meta en cualquier tema, así, sin tomar los recaudos correspondientes. Me tomé el tiempo necesario para leer y releer la frase y adivinar qué había detrás de eso. Ahí es donde me empecé a preocupar... Porque si tú no me hacías ningún comentario extra significaba que yo sabía perfectamente de qué se trataba. Pero, por más que pensaba y pensaba, no me podía acordar de ningún proyecto en el que el susodicho tuviera que ver… ¿Será que la deshidratación me está afectando? La verdad que me siento un poco hipotensa, tal vez ayer hablé contigo de todas estas cosas, incluso de la reunión con Susana, y ya no me acuerdo… ¿O será el Alemán, perdón, el Alzheimer, que empezó a perseguirme? Esto de envejecer tiende a preocuparme. No siempre, solamente cuando detecto estas fallas esenciales en mi sistema. No me gusta perder el control de las cosas.
La autosuficiencia es la culpable.
La posdata era intrigante, pero además sin sentido, sabiendo que hace seis meses que tienes un abono telefónico sin límite: Me quedé sin crédito en el celular… Ridículo.
Sin embargo, tal vez hubo algún inconveniente… Tal vez alguien se aprovechó de que este viaje iba a ser especialmente largo y quiso causar un problema extra. Nunca falta el imbécil.
Escribí la respuesta escogiendo cuidadosamente las palabras, no sea que fuese que realmente yo debiera tener todo claro y quedara como una perfecta vieja chocha. Tendré cincuenta y pico, pero no es cuestión de demostrarlos así, tan descaradamente. Pero la ansiedad por saber la verdad pudo más y te llamé. Como no respondiste inmediatamente, y ésa es otra de tus virtudes, debo reconocer, miré la hora, y era medianoche, así que corté inmediatamente. Demasiado tarde. Demasiado tarde para molestarte por eso. Y demasiado tarde porque me devolviste la llamada. Tardé un segundo en darme cuenta de que sí tenías crédito. Pero ya había comenzado la frase:
—Te contesté el mail. ¿No me decías que no tenías crédito?¿El mail? ¿Qué mail? Claro que tengo crédito.
—El mail que me enviaste hoy, bueno, ayer.
Mientras decía esto, mis dedos se movían velozmente hacia la bandeja de entrada.
—Hoy, o ayer, no te mandé ningún mail.
Y en la bandeja de entrada, el mail destellaba claramente:
De: Alejandra Arenas
Para: Matilde
Asunto: reporte lunes
Fecha: 29/08/08
Abajo, en el ángulo derecho del monitor, la fecha y la hora permanecían impávidas: 23/02/09; 00:30 p.m. Siempre, no importa en qué parte del planeta esté, mi notebook conserva la fecha y hora actual de la Casa Central de la Empresa.




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